Las representaciones de la feminidad indígena en La Serpiente De Oro De Ciro Alegría Bazán y Simache de José Ortiz Reyes
DOI:
https://doi.org/10.15381/escrypensam.v22i48.26274Palabras clave:
Mujer indígena, José Ortiz Reyes, Ciro Alegría Bazán, género, interseccionalidadResumen
En la presente investigación se profundiza en la representación de la mujer andina dentro de La serpiente de oro (1935) de Ciro Alegría Bazán y Simache (1941) de José Ortiz Reyes. Sostenemos que en ambos textos se utiliza al estereotipo, sustentado en la interseccionalidad del género y la raza, como mecanismo de representación del sujeto femenino andino, lo que demuestra que, a pesar de ser novelas indigenistas, estás reproducen un discurso occidental que violenta a la mujer indígena. Para poder sustentar lo dicho, nos valdremos de la categoría de estereotipo propuesta por Homi Bhabha y la de interseccionalidad que propone María Lugones.
Referencias
La serpiente de oro implica un ejercicio de conciencia social que puede resolverse en la recusación del orden real, en la apertura de un nuevo horizonte, sobre todo si en éste aparece muy nítidamente, como en realidad sucede en el texto, una axiología de base comunitaria, con sus realizaciones concretas en un sistema de relaciones solidarias y fraternales, que releva por contradicción las carencias irreparables de la ideología individualista de los grupos dominantes. (Cornejo, 2008, p. 88).
En “Simache” hay una lucha irremediable entre el hacendado y los peones, entre los mozos y los capataces; hay, además, con mayor claridad, una lucha violenta y rijosa entre la Poicina y Márquez y un conflicto callado, diluido, entre la mujer y el hombre […] Pero Ortiz Reyes se limita a decirnos que todo eso existe, que los peones sufren robo, intemperie, hambre, violaciones; que la mujer suda y se destroza en los algodones tanto como el hombre y por un jornal menor […] que los patrones se enriquecen y despojan de sus tierras a los campesinos. Todo es cierto, y, en realidad, los sabemos desde antes, de mucho antes que nos lo dijera “Simache” […] Lo que sabemos y queremos saber y necesita saber el mundo es cómo son aquellos hombres, cómo reaccionan, cómo luchan, cómo interpretan su vida, qué ideas, qué pasiones estremecen sus almas […] “Simache” no responde a nuestras exigencias sino de una manera muy superficial, tan vagamente que casi puede decirse que no responde a ninguna de ellas. (Falcón, 1996, p. 148)
“La interseccionalidad revela lo que no se ve cuando categorías como género y raza se conceptualizan como separadas una de otras” (Lugones, 2008, p. 81).
«Doña Melcha fue enterada de que tenía que hacer el fiambre y el viejo Matías siguió hablando de cuanto se le ocurría» (Alegría, p.52, 2004).
«Doña Dorotea los recibe amablemente, con sus buenas maneras de poblada, repletándoles los vasos con la chicha que ha preparado para la fiesta y que ellos beben a largos tragos» (Alegría, p.57, 2004).
«“¿Y la de la Florinda?”, preguntarán. Yo solamente quiero decirles que la buena moza Lucinda hace buen juego con la Florinda, y la Hormencinda, y la Orfelinda, y la Hermelinda, y todas las chinas que han nacido aquí» (Alegría, p.57, 2004)
«La Lucinda es poblana, en sus ojos verdes llueve sol y es ardilosa al caminar cimbrando todo el cuerpo flexible como una papaya. Su vientre ya ha dado un hijo que se llama adán» (Alegría, p.55, 2004).
“¿De qué valdría una mujer machorra? Ha de tener hijos y será completa así” (Alegría, p.56, 2004)
«Huele a guisos de ají y pimienta, a chicha y lana mojada pero muy cerca, junto al Arturo, flotando de los senos palpitantes de la Lucinda, se esparce una fragancia de Agua Florida y carne moza que le hace morderse la boca y abrir grandes narices que respiran ruidosamente» (Alegría, p. 59, 2004).
Don Osvaldo ha estado mirando a la chinita con marcada insistencia. Y hay razón. Quince años retozan en su cuerpo delgado y macizo, en el cual las caderas ondulan una curva que la amplia pollera de lana no logra ya disimular, y los senos palpitan aprisionados por la blusa de tocuyo… (Alegría, p. 180, 2004).
Bueno: el hecho es que yo tengo que ver con doña Mariana por lo del sustento. Cuando mis taitas murieron traté de cocinar, pero esta es tarea que fastidia y quita tiempo. Además, quemaba las yucas y rompía las ollas. Cuando llegué a quebrar tres, fui donde esa señora. Ella es quien me cocina desde entonces y entra a mi huerta como si fuera la suya para sacar yucas, ají y plátanos y cuanto hay. De otro lado, es una tentación. No es fea la tal: fornida, de gruesos labios, pechos aún firmes y caderas macizas, provoca por lo menos el consejo de los cholos. (Alegría, p. 149, 2004).
«– Jajajá… jijijí…jajajá… ja… ja – continúa riéndose doña Mariana, la melancólica doña Mariana, la melancólica doña Mariana de otros días. Luego da saltos. Cualquiera diría que se ha vuelto loca» (Alegría, p. 168, 2004).
«Ella deja su pueblo y su vida original, sus amigas, su pobreza, toda la rutina de su pobreza, pero también su alegría de su irresponsabilidad juvenil y su libertad […] Y aquella noche, ¡qué terrible! La nerviosidad hormigueaba por su cuerpo» (Ortiz, 1941, p. 9).
: «Él iba a adentrarse en su alma y su cuerpo […] Él regresaría sudoroso y ella tendría la comida caliente y la ropa limpia. ¡Oh! Y después… los hijos… ¿Cómo serían sus hijos?». (Ortiz, 1941, p. 11).
«Yo siento a mi hijo. Pero, tú, hombre, dime: ¿Por qué siento dolor? […] La mujer sintió el dolor del universo. El dolor inmenso. Pero nació el niño…» (Ortiz,1941, p. 27).
Cuando venían grupos de chinas se oía su risa, desde lejos. Todas agitaban su pierna desnuda y todas venían de “lado” sobre el aparejo. Nunca abiertas las piernas como los hombres, porque es más femenina y coqueta la postura de lado […]- ¡Burro endemoniáu! ¡Velay siandas!
Después ríen con risa fresca de campesinas. Las viejas menos largamente, las muchachas sí, y con agudeza, con sonoridad. Instintivamente anuncian su cuerpo joven y fuerte listo para la fecundación, y sus piernas ágiles, color mate, y sus pechos duros, redondos, palpitantes. (Ortiz, 1941, p. 8)
«Los animales no tienen pensamiento. Las chinas apenas pueden meditar; todo es sencillo en sus cabezas polvorientas de cabellos hirsutos» (Ortiz,1941, p. 9).
«Las chinas iban cantando por los surcos. Las ramas le desgarraban sus vestidos. El algodón se iba amontonando en las bolsas que pendían de sus vientres. Las caderas fuertes oscilaban en medio de los matorrales» (Ortiz, 1941, p. 22).
Recordemos que según el filósofo francés Frantz Fanon (1986): «El indígena es declarado impermeable a la ética; ausencia de valores, pero también negación de los valores» (p. 36).
«Las chinas apagaban sus canciones y recostaban sus cuerpos en los matorrales. Los cholos jóvenes recostaban sus cuerpos viriles en medio de los matorrales. Las chinas gemían de placer y se mezclaba con la tierra seca» (Ortiz, 1941, p. 22).
«No era costumbre en el campo, no era así. Pero la china quería guardarse. Siempre había defendido su sexo, sin saber por qué. Y lo había defendido aun sabiendo lo que hacían otras chinas, y aun sintiendo los deseos de un cuerpo sano» (Ortiz, 1941, p. 64).
«Cuando las caderas se le desarrollaron y los senos le abultaron el pecho tuvo que defenderse de la persecución de los empleados de la hacienda. La apetecían» (Ortiz, p.1941, p.58).
«La china por eso se diferenciaba un poco de las otras chinas del caserío. Tenía mejores modales, más gracia y más desenvoltura al hablar» (Ortiz, 1941, p. 58).
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